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Eclesiología

Apuntes en torno al Diacono
 

1. Actualidad del Tema :

En mis relaciones con diáconos permanentes durante los últimos años, he visto la necesidad que tenemos de conocer la teología del diaconado, es decir, su identidad y papel teológico, así como su importancia y lugar en la Iglesia. Hago estas reflexiones pensando, sobre todo, en los diáconos permanentes casados, consciente de sus limitaciones en el campo de la teología,  ya que, de ordinario, no han realizado unos estudios teológicos sistemáticos, lo que exigirá de ellos un esfuerzo especial  para leer este escrito en el que trato de esbozar una visión global, insistiendo sobre todo en las líneas teológico-pastorales principales y en la espiritualidad del diaconado. Tengo también presente en la redacción de este escrito a mis alumnos de teología en Caracas y Ciudad Bolívar, que se preparan para el presbiterado. Escribo desde América Latina y esto explica mi frecuente referencia al contexto en que vivo y al magisterio latinoamericano en las Asambleas Generales del CELAM: Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Este magisterio ha desplegado notablemente la doctrina del Vaticano II sobre el diaconado, que es tan importante como sobria.

            Si insisto en el doble destinatario  de este escrito es porque, al tratar del diaconado, predomina claramente su funcionalidad o “quehacer” y queda en la sombra su teología; ésta merecerá, sobre todo, nuestra atención, como, por otra parte, afirman  los obispos de estas tierras: “Queremos reconocer nuestros diáconos más por lo que son que por lo que hacen”[1].

            La reflexión que sigue va encaminada a que los diáconos secunden la exhortación de la palabra de Dios: “Poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección” (2Pe 1, 10)

            El retraso en la teología del diaconado se traduce, entre otras consecuencias, en el escaso aprecio de este ministerio ordenado, a comenzar  por las personas de quienes depende principalmente su valoración y desarrollo, los otros dos ministerios ordenados: obispos y presbíteros; el diaconado no cuenta de ordinario en las campañas vocacionales. Sin duda que esto se debe, en buena parte, a que la teología del diaconado ha sido una laguna fácilmente constatable en los programas de teología de los centros de formación eclesiástica prácticamente hasta el Vaticano II. Se ha presentado un sacramento del orden mutilado, por cuanto apenas se ha tenido en cuenta uno de los ministerios que genera; el diaconado no solo es el “hermano menor”, sino, como suele decirse en lenguaje coloquial, es el “pariente pobre” del sacramento del orden.

             Es lamentablemente frecuente encontrar a presbíteros que apenas tienen unas nociones sobre la teología del diaconado, o que están dominados por viejos prejuicios, o que su enfoque es distorsionado por cuanto lo ven prevalentemente bajo el prisma de sus funciones, es decir, cuenta, sobre todo, el “quehacer” (funcionalidad), dejando en la sombra el campo“ del “ser” (ontología). El diácono no pasa de ser para muchos un laico

cualificado, que tiene sentido en cuanto que es una ayuda para el obispo y el presbítero; éste es precisamente uno de los puntos que necesitan más urgentemente ser revisados a fondo; hay que tratar al mismo tiempo y equilibradamente “lo que puede hacer” y “lo que significa” teológica y eclesialmente el diaconado. También hay entre los presbíteros quienes se oponen al diaconado permanente de casados porque creen que lleva consigo una indeseada “claricalización” del laicado, lo que denuncia que tienen una deficiente teología del sacramento del orden por el cual, el que lo recibe, pasa al estatus de clérigo, independientemente de que sea diacono casado o célibe. Lo que antecede nos explica la notable desigual postura ante el diaconado y su correspondiente acogida no solo en los diversos continentes, sino también en el ámbito de una misma Conferencia episcopal e incluso en una Iglesia particular. Ni siquiera el importante paso dado por el Vaticano II ha sido capaz de superar las tradicionales lagunas que se vienen arrastrando sobre el diaconado[1]. Todo ello nos autoriza a pensar que estamos todavía ante una asignatura pendiente, por lo que merece la pena ahondar con urgencia en su calado teológico y eclesiológico. En esta dirección va la modesta aportación que puedan significar las reflexiones que siguen. Considero conveniente recordar desde el principio, por una parte, que “el diaconado es uno solo” que se presenta bajo dos modalidades: transitorio y permanente[2] , y, por otra parte, que nos referimos al diaconado en general mientras no se especifique expresamente o por el contexto que hablamos del diaconado permanente.[1] Los obispos latinoamericanos hablan modestamente de “número pequeño todavía” (Documento de Puebla 119; en adelante: DP), “algo nuevo en nuestras Iglesias” (Medellín; en adelante: M), aunque “estimulante” (DP 672)[2] Pontifical Romano


 

 

 

 

 

2.  MINISTERIO: CONCEPTO CLAVE EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN:

2.1. Ministerio y diaconado

 

         El término español “ministerio”, simple transliteración del vocablo latino “ministerium”, traduce el griego diakonía, en español “servicio”. Es un tema capital, en el que fácilmente convenimos, para la teología, la vida y la espiritualidad cristianas[1]. Si nosotros lo enfatizamos ahora es por  la correlación estrecha diaconado-servicio, porque, según el sentir de la Iglesia durante 19 siglos, el diaconado es instituido “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio” (LG 29a; CD 15a) como nos recuerda el Vaticano II, haciéndose eco de documentos muy  antiguos de la Iglesia[2]. El tema, por tanto, viene de

 

[1]  Cf. R. Sánchez Chamoso, Vocación cristiana y liderazgo, Trípode, Caracas 2003, 115-118.

[2]  Constitutiones Ecclesiae Aegyptiae, Didascalia, Statuta Ecclesiae Antiquae. Sorprendentemente, el concilio no cita la Traditio Apostolica de  Hipólito de Roma, quizá el documento más importante para nuestro tema.

 

Entendamos el ministerio en sentido católico, porque “el protestantismo conserva el ministerio, pero despojado de su condición sacramental y sacerdotal, o sea, reducido a la pura ministerialidad” (M. Guerra Gómez, “Ministerio-ministerios”  en AA. VV, Diccionario del sacerdocio, BAC, Madrid 2005, 431; en adelante: DicSac, en cambio, la teología católica ha concedido siempre suma importancia a lo sacramental, y el caso del diaconado que nos ocupa ahora es un exponente de lejos : la Iglesia ha caracterizado siempre al diaconado por el ministerio, excluyendo del diaconado el sacerdocio[1]. Al diaconado no se aplican categorías sacerdotales, sino ministeriales[2], pero, por otra parte, el diaconado queda incluido en el estado eclesial que es contrapunto y distinto esencialmente del “sacerdocio común” (LG 10b), lo que le contradistingue del simple laico. El ministerio es, sin ningún género de dudas, el núcleo o corazón del diaconado, su seña más propia de identidad. Por eso merece la pena que nos detengamos algo más en el estudio del ministerio. que puede sumarse el lavatorio de los pies de Juan (13, 13-14) Jesús abre un camino de servicio que propone como programa a los suyos: “Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 15) El servicio se constituye en “santo y seña” de los seguidores de Jesús, empezando por los más cercanos, los apóstoles y los que le siguen más de cerca.[1] No siempre resulta fácil interpretar el alcance de esta distinción, puesto que no se da oposición entre ministerio y sacerdocio, sino que más bien el sacerdocio es también necesariamente servicio o ministerio.[2] Así en los documentos del Vaticano II sobre el diaconado: LG 28.29.41; SC 35; CD 15; AG 15.16, y algunos documentos postconciliares (Catecismo de la Iglesia Católica n. 54 en adelante: CIC; Congregatio de Institutione Catholica – Congregatio pro Clericis, Ratio fundamentalis institutionis diaconorum permanentium, Ed. Vaticana, Ciudad del Vaticano 1998, 4s.; en adelante: Ratio) De esta forma, se evita entender al diácono como quien “no ha llegado al presbiterado”, como “presbítero incompleto” pues tiene competencias limitadas respecto a las que tiene el presbítero. Precisamente el diaconado permanente va a ser una respuesta y desmiente dicha concepción de un diácono entendido como “presbítero incompleto”.

 

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